No puedo quejarme, o al menos no debería hacerlo. Tengo mucho más de lo que varios tienen o desearían, un futuro, una familia, salud, pero dicen por ahí que mientras más tenemos, mas queremos.
Alguien dijo por ahí que cada hombre es una isla, una solitaria en medio del mar, y que no necesita más. Esta noche, aquella afirmación no podría sentirse más falsa.
La soledad es un placer que se debe aprender a disfrutar, y lo hago, pero hoy hay algo diferente, y aunque me resulte difícil, y quizás sea una tarea infructuosa, lo tratare de explicar.
La fragilidad del alma humana, es un misterio, al igual que su fortaleza, tan fácil como puede romperse, un día puede repararse. Debido a nuestra condición humana, siempre necesitamos de alguien más, aunque lo neguemos, es parte de quien somos. A menudo lo negamos, nos hace sentir débiles sentir que dependemos de otros para llenar nuestros propios vacios. Aceptarlo es el primer paso, y el segundo, es liberarnos de ese miedo, ese que nos murmura en el oído que mantengamos los muros en alto para evitar cualquier clase de daño.
La gente necesita a la gente, es un hecho. Tenemos tanto terror de quedarnos solos, que contrariamente evitamos no acercarnos demasiado a alguien por el sencillo hecho de que esa persona pueda marcharse. Elegimos quedarnos solos por opción, porque entonces no sería nuestra culpa cuando alguien se marchase.
Esta noche, a diferencia de otras tantas, no tengo miedo, y por el contrario me llenan las ansias del contacto humano. Solo estar sentada junto a alguien, en el frio de la oscuridad, y sentir la tibieza de otra piel en la proximidad, quizás reposar mi cabeza sobre el hombro de alguien, y reír porque el silencio no genera incomodidad.
Sé que soy un ave de alas rotas, pero igualmente intento volar. No habrá otro pájaro herido que quiera sentarse a mi lado esta noche?